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Ansiedad y estrés

Actualizado: 28 jun 2021

El término estrés deriva del la latín stringere, que significa provocar tensión. En física se refiere a la fuerza que se aplica a un objeto, que puede romperlo o deformarlo . En humanidades se utilizó como sinónimo de adversidad, aflicción. El término estrés fue incorporado a la biología por W. Cannon en 1911 y a la psicología científica por el fisiólogo Hans Selye en 1956, que lo definió como una respuesta global, total y automática del ser humano ante las exigencias externas e internas que no se pueden armónicamente controlar, las cuales amenazan su equilibrio homeostático, originando en el individuo lo que llamó un Síndrome General de Adaptación. Se habla de un estrés positivo, llamado eustress, y un estrés negativo llamado distress.


El estrés es habitual en nuestras vidas. Lo que distingue y caracteriza la vida y al ser vivo es la facultad de adaptación al cambio. Cualquier cambio al que debamos adaptarnos representa estrés, ya se trate de acontecimientos negativos -despido laboral, enfermedad, ruptura amorosa, muerte de un ser querido-, o positivos y deseables -casarse e iniciar la convivencia, nuevas responsabilidades en el trabajo ligadas a un ascenso- .


Nuestras experiencias estresoras provienen de tres fuentes básicas: nuestro entorno -ruidos, carga de trabajo excesiva, conflictos interpersonales, falta de medios-, nuestro cuerpo -insomnio, cambios hormonales, enfermedades- y nuestros pensamientos -preocupaciones, anticipaciones negativas-. La intensidad y naturaleza de esas experiencias estresoras depende de factores individuales -reactividad personal, vulnerabilidad, características de personalidad- y contextuales -apoyos sociales y materiales, cuestiones organizacionales-.


Cuando la respuesta frente a las demandas del medio interno o externo, son adecuadas, y asumibles fisiológicamente para el organismo, se habla de buen estrés, necesario para el funcionamiento del organismo y su adaptación al medio. Si las demandas del medio son excesivas, intensas y/o prolongadas, y superan la capacidad de resistencia y de adaptación del organismo, hablamos de mal estrés, que, si es prolongado, genera disfunciones en nuestros órganos, favorece la aparición de las llamadas enfermedades de adaptación o psicosomáticas, y puede precipitar la aparición de otras.


Cuando el estrés se convierte en problema


El estrés es pues un mecanismo normal, adaptativo. No obstante, cuando estamos sometidos a condiciones estresantes de elevada intensidad y duración, es muy probable que se convierta en disfuncional, interfiriendo en nuestro desempeño, y transformándose, además, en un problema de salud: alteraciones psicofisiológicas -sueño, alimentación, sexualidad-; emocionales -ansiedad, depresión-; neurovegetativas -taquicardia, dolencias musculares, molestias digestivas-; del rendimiento intelectual -concentración, memoria-; debilitamiento del sistema inmunológico -mayor riesgo de infecciones-, etc.


Las razones que se aducen para explicar cómo el estrés propicia alteraciones psicosomáticas son diversas:


Activación o sobrecarga excesivamente intensa y/o excesivamente repetida de los órganos.

Larga duración de periodo de resistencia del organismo, que produciría un deterioro de la energía y los recursos fisiológicos del mismo, llevando al agotamiento de los órganos.

Falta de expresión somatomotora: en las sociedades modernas, los estresores -fuentes de estrés- no suelen requerir respuestas físicas, sino más bien cognitivas -pensamiento, toma de decisiones-. De este modo los recursos fisiológicos movilizados ante ellos, particularmente los relacionados con el sistema motor, aunque activados, no se desencadenan.


Regulación o comunicación fallida o inadecuada entre los centros nerviosos superiores y los periféricos relacionados con los órganos.


Fuentes más comunes de estrés


Holmes y Rahe (1967) construyeron una de las primeras escalas, basándose en datos biográficos procedentes de cientos de personas, donde se cuantifica el grado de alteración y estrés asociado acontecimientos. Una acumulación de 200 o más unidades en un solo año incrementaría la incidencia de trastornos psicosomáticos.


Muerte del cónyuge 100


Divorcio 73


Separación 65


Privación de la libertad 63


Muerte de un familiar próximo 63


Enfermedad o incapacidad, graves 53


Matrimonio 50


Perder el empleo 47


Reconciliación de la pareja 45


Jubilación 45


Enfermedad de un pariente cercano 44


Embarazo 40


Problemas sexuales 39


Llegada de un nuevo miembro a la familia 39


Cambios importantes en el trabajo 39


Cambios importantes a nivel económico 38


Muerte de un amigo íntimo 37


Cambiar de empleo 36


Discusiones con la pareja (cambio significativo) 35


Pedir una hipoteca de alto valor 31


Hacer efectivo un préstamo 30


Cambio de responsabilidades en el trabajo 29


Un hijo/a abandona el hogar (matrimonio, universidad) 29


Problemas con la ley 29


Logros personales excepcionales 28


La pareja comienza o deja de trabajar 26


Se inicia o se termina el ciclo de escolarización 26


Cambios importantes en las condiciones de vida 25


Cambio en los hábitos personales 24


Problemas con el jefe 23


Cambio en el horario o condiciones de trabajo 20


Cambio de residencia 20


Cambio a una escuela nueva 20


Cambio en la forma o frecuencia de las diversiones 19


Cambio en la frecuencia de las actividades religiosas 19


Cambio en las actividades sociales 18


Pedir una hipoteca o préstamo menor 17


Cambios en los hábitos del sueño 16


Cambios en el número de reuniones familiares 15


Cambio en los hábitos alimentarios 15


Vacaciones 15


Navidades 12


Infracciones menores de la ley 11



Cómo funciona el estrés


El estrés es, pues, la acomodación de una persona a situaciones nuevas y la respuesta inespecífica y estereotipada ante los estímulos que trastornan su equilibrio.


Selye explica que son tres las fases por las que pasa el organismo cuando se enfrenta a una situación de estrés:


Fase de reacción de alarma. Se liberan adrenalina y noradrenalina que propician una reacción rápida e intensa del organismo: aumentan los latidos del corazón y el ritmo respiratorio, se elevan el nivel de azúcar en la sangre, se incrementan la transpiración, dilatan las pupilas, se altera el tono muscular y se hace más lenta la digestión. Se incrementa también la liberación de catecolaminas y cortisol. A esto sigue una sub-fase en la que se movilizan sistemas defensivos. En esta sub-fase se produce una respuesta de activación nerviosa que se expresa y desarrolla fisiológicamente de modo afín a la ansiedad.


Fase de resistencia, en el transcurso de la cual el organismo hace intervenir todos sus mecanismos adaptación y repara daños o desequilibrios causados por la reacción de alarma. En esta fase la respuesta es más lenta y sostenida. Se intensifica la liberación de cortisol. Si la situación estresante persiste, el cuerpo permanece alerta y no puede restaurarse, se pasa a la siguiente fase.


Fase de agotamiento, que acaba con las reservas adaptativas del organismo y altera su homeostasis pudiendo originar, en función también de la vulnerabilidad de cada persona, diferentes alteraciones y dolencias. Estos trastornos generalmente afectan el sistema nervioso autónomo, al sistema neuroendocrino y al sistema inmunológico. La hipertensión, pérdida de memoria, fatiga, algunas jaquecas, tensión, irritabilidad, alteraciones en el sistema inmune, algunas enfermedades de la piel, depresión, ansiedad, son ejemplos de alteraciones que pueden estar relacionadas con el estrés.

Ansiedad y estrés


Muchas veces ansiedad y estrés se usan como sinónimos. En ambos casos se produce una reacción caracterizada por alta activación fisiológica. El estrés es un proceso más amplio de adaptación al medio. La ansiedad es una reacción emocional de alerta ante una amenaza. Digamos que dentro de los proceso de cambio que implica el estrés, la ansiedad es la reacción emocional más frecuente. La ansiedad elevada genera estrés. A su vez, el estrés una de las fuente más comunes de ansiedad.


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