Tercera edad
- SilSer Digital

- 22 jun 2020
- 1 Min. de lectura
El envejecimiento conlleva una serie de cambios que afectan a todos y cada uno de los diferentes sistemas corporales. Dichos cambios suponen un progresivo desgaste del organismo, haciendo que la persona anciana sea una persona más frágil y con una mayor propensión a enfermar.
En lo que respecta a la nutrición, fruto del envejecimiento el aparato digestivo, sufre una serie de cambios (problemas motores, problemas secretores, problemas absortivos, … ) cuyo resultado final es un menor aprovechamiento de los alimentos.
Si a esta situación se le añade que la alimentación no siempre es variada y equilibrada por problemas diversos (escasos recursos económicos, soledad, problemas de falta de autonomía para efectuar compras y elaborar comidas,...), junto con el consumo de medicamentos que interaccionan con algunos nutrientes y la existencia de enfermedades que puedan afectar al aparato digestivo, la situación resultante es idónea para que exista un cuadro de desnutrición, que es relativamente común en los ancianos con independencia del medio en el que vivan (domicilio, residencia,...).
La desnutrición supone el déficit de diferentes nutrientes, entre los que se incluyen obviamente las vitaminas. En los ancianos se han detectado deficiencias de vitaminas A, D, E, K, B6, B9, B12 y C.
El empleo de suplementos vitamínicos debe efectuarse siempre con carácter individualizado, considerando el estado nutricional de ese anciano en particular y suministrando los nutrientes que sean necesarios.
Es fundamental aportar una dieta equilibrada y variada, rica en frutas y verduras, pues el uso de tales suplementos no sustituye la necesidad de consumir dichos alimentos.
Es evidente pues que la suplementación ha de tener siempre un marcado carácter individualizado.







Comentarios